Las guerras con Francia
Las Guerras de Religión
Durante la segunda mitad del siglo XVI, Francia fue el escenario de un conflicto armado entre católicos y protestantes conocido como las "Guerras de Religión". Ocho guerras distintas tuvieron lugar entre 1562 y 1598, la mayoría con un marcado componente civil, ya que franceses de ambos bandos lucharon por sus creencias religiosas.
Desde su aparición, el protestantismo en su vertiente luterana se había extendido hacia Francia a través de las fronteras con los Países Bajos. Los reyes Francisco I y Enrique II, fervientes defensores de la religión católica, fueron los primeros en tener que hacer frente a la expansión de la fe protestante por sus territorios, cuyos fieles recibían el nombre de hugonotes. Francisco I, fiel a su educación renacentista, apostó al principio por una política de tolerancia con el protestantismo, si bien durante su reinado se llevaron a cabo las primeras persecuciones contra sus seguidores. El conflicto terminó por estallar en 1562, dando así comienzo a lo que se conoce como primera Guerra de Religión.
En lo que respecta a España, Felipe II decidió apoyar desde el inicio los intereses del bando católico en el país vecino. Autoproclamado adalid de la verdadera fe en Europa, el rey español consideraba un mandato divino combatir, allá donde fuese necesario, la expansión del culto protestante. Casi en paralelo al inicio de Guerras de Religión en Francia, una parte de la nobleza holandesa se sublevó en 1568 contra la Monarquía Hispánica dando comienzo a la Guerra de los Ochenta Años. Si bien los motivos con los que los rebeldes holandeses justificaron su actuación fueron religiosos, detrás de ellos se encontraban, como a menudo sucede en estos casos, intereses más espurios: las políticas llevadas a cabo por los gobernadores de la Monarquía en los Países Bajos habían provocado un gran descontento en determinados sectores de la nobleza flamenca, quienes vieron cómo a la vez que se incrementaba la presión fiscal perdían algunos de sus privilegios.
La apertura de estos dos conflictos suponían un gran riesgo para los intereses de Felipe II en Europa. No sólo ya por las mencionadas implicaciones religiosas sino también a nivel geoestratégico: en el caso de que el protestantismo triunfase en Francia y los Países Bajos, España y sus territorios en Flandes quedarían aislados y a merced de las alianzas que firmasen estos reinos. Además, no podemos olvidar que en Inglaterra también se gobernaba la iglesia anglicana, cuyo apoyo a la causa protestante se había manifestado en el envío de dinero y armas.
Campaña de 1590
En las primeras guerras de religión, la ayuda de la Monarquía Hispánica a la causa católica se materializó, sobre todo, en dinero y algunos contingentes de tropas donde no participaron los famosos tercios españoles.
Fue durante la Octava Guerra de Religión (1585-1598) cuando Felipe II decidió involucrarse más activamente en el devenir del conflicto. El bando católico francés se había agrupado en torno a la denominada Liga Católica, cuya cabeza visible era el duque de Guisa. En 1588 el rey Enrique III ordenó el asesinato del propio duque, decisión que le costaría la vida a los pocos meses cuando un fraile dominico decidió vengarse. Muerto el rey, ambos bandos buscaron un candidato a quien entregar la corona. Los hugonotes proclamaron rey a Enrique IV, heredero de Navarra y perteneciente a la casa de los Borbones. Por su parte, la Liga decidió posponer su decisión mientras buscaban un candidato que se adecuase a sus intereses.
En 1590, los éxitos de Enrique IV frente a la Liga obligaron a Felipe II a poner en marcha una expedición para apoyar la causa católica. La campaña fue encomendada a Alejandro Farnesio, duque de Parma y gobernador en ese momento de los Países Bajos. Esta decisión chocaba directamente con los planes del propio Farnesio en Flandes: los éxitos cosechados en los años anteriores le habían permitido recuperar gran parte de los territorios perdidos e inclinar la balanza del lado hispánico. Probablemente, de no haber recibido la orden del rey para atacar Francia, la guerra hubiera terminado con victoria española.
En marzo de 1590, Farnesio envió un millar de jinetes de avanzadilla para reforzar al ejército del duque de Mayenne, nuevo líder de la Liga. Sin embargo, éste los malgastó en la batalla de Ivry donde Enrique IV les infringió una grave derrota pese a contar con superioridad numérica. Apremiado por el inicio del asedio de Enrique IV sobre París tras su victoria, Parma reunió un ejército de casi 14.000 hombres entre los que se encontraban los tercios veteranos de Idíaquez y Zúñiga y se adentró en Francia para socorrer a la capital.
El objetivo de la campaña era liberar el cerco que el Borbón había creado en torno a París. Para ello, las tropas del ejército hispánico atravesaron Picardía y Champaña y se dirigieron a Lagny, un enclave estratégico situado al este de Francia cuya toma permitiría restablecer el abastecimiento de la diezmada población francesa. Sabedor del movimiento, Enrique IV desplazó también allí sus tropas, lo que daría lugar al primer enfrentamiento entre ambos ejércitos. Sin embargo, el genio militar de Farnesio se impuso al de Enrique al tomar Lagny sin necesidad de enfrentarse en una batalla campal. La liberación de Lagny obligó a Enrique IV a levantar el asedio y permitió a Farnesio iniciar la toma de Corbeil, para así asegurar el abastecimiento de la capital francesa desde el sur. Con la recuperación de Corbeil a finales de octubre y la proximidad del invierno, la campaña se dio por concluida. Antes de partir de regreso a Flandes, Farnesio tuvo la ocasión de desfilar victorioso en París junto a 1.500 de sus jinetes y el duque de Mayenne.
La vuelta a los Países Bajos no estuvo exenta de dificultades. A los problemas de abastecimiento se le sumó el acoso de Enrique IV, que vio la oportunidad de destruir al ejército hispánico, muy reducido debido a las bajas y a las guarniciones que habían quedado atrás para proteger algunos enclaves franceses. El 25 de noviembre Enrique IV decidió abalanzarse contra los españoles mientras cruzaban un río. Sin embargo, la acción fue repelida por una carga de Farnesio al frente de 300 jinetes que estuvo a punto de capturar al rey francés de no haber intervenido un contingente de dragones franceses que le protegieron en la huida. A salvo de nuevos ataques, Farnesio alcanzó Bruselas y dio por concluida la campaña.
Campaña de 1592
La segunda intervención de Farnesio en Francia se produjo a finales del año siguiente, en 1591. Esta vez el objetivo era levantar el asedio de Rouen, una ciudad que permitía controlar el Sena desde el norte y controlar el abastecimiento de París. La campaña se inició durante el invierno, lo que provocó serias dificultades al ejército español: las enfermedades, las deserciones y el recibimiento hostil en algunas ciudades fueron reduciendo paulatinamente el número de las tropas. Esto no impidió que Farnesio fuera capaz de tomar Neufchâtel y lograr una pequeña victoria sobre la caballería de Enrique IV en Aumale.
A continuación las tropas hispánicas alcanzaron Rouen, de donde Enrique IV decidió retirarse pese a contar con un ejército mucho más numeroso. Claramente el prestigio tanto de Parma como de sus tropas jugaron una baza muy importante a su favor y el día 15 de abril de 1592 la ciudad quedó liberada.
El siguiente objetivo fue Caudebec, una posición fortificada al norte de Rouen cuyo valor estratégico era similar al de Rouen: al estar levantada en la orilla del Sena, permitía controlar los abastecimientos que atravesasen el río por esa zona. Caudebec fue tomada rápidamente, pero el coste a pagar fue muy alto: Farnesio recibió una herida de bala en su brazo derecho que le provocaría a la muerte a los pocos meses. Esto no le impidió llevar a cabo su última gran hazaña. Tras conquistar la ciudad, Parma se replegó en Normandía en busca de abastecimiento, lo cual permitió que Enrique IV amenazase con envolverle. En una sorprendente maniobra estratégica, Parma volvió a cruzar el Sena y puso rumbo a París, regresando con la mayor parte del ejército intacto a Flandes en junio de 1592.
Alejandro Farnesio moriría en diciembre de 1592 como consecuencia de la herida de bala recibida en Caudebec. Sin embargo, sus intervenciones en Francia permitieron a la Liga Católica disputar el trono a Enrique IV durante varios años más y mantener las importantes posiciones de Rouen y París como hemos visto.