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La primera guerra carlista

Contexto

La primera guerra carlista se encuadra dentro de un momento muy convulso a nivel político, social y económico.

Situación política

Los últimos 10 años del reinado de Fernando VII habían supuesto un nuevo giro hacia el absolutismo tras el final del Trieno Liberal. Las persecuciones contra los liberales se sucedieron mientras en el seno de los absolutistas se producía una escisión entre reformistas y ultras. Esta división fue debida a una serie de decisiones entre las que se incluyeron:

  • El no restablecimiento de la Inquisición y la creación de una Superintendencia de Policía que estaría a cargo del orden público.

  • La promulgación de una especie de amnistía en favor de los liberales, pese a que, en la práctica, apenas tuvo efecto.

  • La reforma del cuerpo de ejército conocido como los Voluntarios Realistas, con el objetivo de disminuir su poder.

La facción ultra se valió del apoyo de la Iglesia, el campesinado y una parte de los militares para encabezar varias insurrecciones que desgastaron el reinado de Fernando VII. La más importante fue la conocida como "guerra de los agraviados", cuyo escenario principal fue Cataluña, País Vasco, Valencia y La Mancha. Como veremos más adelante, fue en estas regiones donde el Carlismo recibió más apoyos.

Por su parte, los liberales también conspiraron, destacando especialmente el intento fallido de "rompimiento" del general Torrijos en 1831.

Situación económica

En lo que respecta a la situación económica, España seguía siendo un país principalmente agrícola y ajeno a la revolución industrial que se estaba produciendo en Europa. Las áreas rurales seguían concentrando a la mayoría de la población, que se dividía en las siguientes clases sociales: nobleza, clero, campesinos y una incipiente burguesía que comenzaba a desempeñar un papel importante dentro de las ciudades.

Por su parte, el comercio había sufrido un profundo golpe tras las derrotas marítimas de los años anteriores y las guerras civiles en las provincias americanas, cuya consecuencia fue la independencia de estos territorios y la pérdida del monopolio para comerciar con ellos.

La reforma de la Ley Sálica

Los últimos años de reinado de Fernando VII estuvieron salpicados por las presiones de liberales y absolutistas en lo relativo a la cuestión sucesoria. Para el año 1829, Fernando VII no tenía descendencia, por lo que la Corona recaería en su hermano Carlos María Isidro. Sin embargo, el matrimonio con María Cristina de Borbón de ese año sí le proporcionaría un vástago: Isabel.

Al año siguiente, Fernando VII promulgó la Pragmática Sanción que abolía la Ley Sálica, una norma cuyos orígenes se remontan a la Edad Media y que prohibía a las mujeres heredar el trono. La consecuencia inmediata es que Isabel se situaba como primera heredera en detrimento de su tío Carlos. Esto desató la ira de la facción más radical de los absolutistas, que presionó durante ese año para restablecer la Ley Sálica, algo que consiguió momentáneamente aprovechando el delicado estado de salud del rey.

Tras recobrarse, Fernando VII volvió a restablecer la Pragmática Sanción, declarando a la infanta Isabel como su definitiva heredera. Carlos, desairado, partió con su familia rumbo a Portugal negándose a jurar fidelidad a la futura reina: "hallándome bien convencido de los legítimos derechos que me asisten a la corona de España".

Fernando VII murió finalmente el 29 de septiembre de 1833, lo que dio comienzo a la primera guerra carlista entre los partidarios de Carlos María Isidro y los realistas, encabezados por la regente María Cristina en defensa de los derechos de Isabel.

Para recordar

En el caso de España, la Ley Sálica no formaba parte originalmente de las leyes de sucesión. Sin embargo, en 1713, el rey Felipe V, el primer monarca Borbón en el trono español, introdujo la Ley Sálica como parte de las leyes de sucesión españolas, en un intento de armonizar las leyes de sucesión en España y Francia, donde los Borbones también gobernaban.

La introducción de la Ley Sálica en España fue controvertida, ya que el país había permitido previamente que las mujeres heredaran el trono en ciertas circunstancias, como fue el caso de las reinas Isabel I y Juana I.

El inicio de la primera guerra carlista

A los dos días de morir el rey, Carlos María Isidro publicó el manifiesto de Abrantes (1 de octubre de 1833), donde se dirigía a la regente María Cristina y al pueblo español para defender sus derechos al trono y buscar apoyos para su causa:

Españoles:

¡Cuán sensible ha sido a mi corazón la muerte de mi caro hermano! Gran satisfacción me cabía en medio de las aflictivas tribulaciones, mientras tenía el consuelo de saber que existía, porque su conservación me era la más apreciable. Pidamos a Dios le dé su Santa gloria, si aún no ha disfrutado de aquella eterna mansión.

No ambiciono el trono; estoy lejos de codiciar bienes caducos; pero la religión, la observancia y cumplimiento de la ley fundamental de sucesión, y la singular obligación de defender los derechos imprescriptibles de mis hijos y todos los amados consanguineos, me esfuerzan a sostener y defender la corona de España del violento despojo que de ella me ha causado una sanción tan ilegal como destructora de la ley que legítimamente y sin interrupción debe ser perpetuada.

Desde el fatal instante en que murió mi caro hermano (que santa gloria haya), creí se habrían dictado en mi defensa las providencias oportunas para mi reconocimiento; y si hasta aquel momento habría sido traidor el que lo hubiese intentado, ahora lo será el que no jure mis banderas; a los cuales, especialmente a los generales, gobernadores y demás autoridades civiles y militares, haré los debidos cargos, cuando la misericordia de Dios me lleve al seno de mi amada Patria, y a la cabeza de los que me sean fieles. Encargo encarecidamente la unión, la paz y la perfecta caridad. No padezco yo el sentimiento de que los católicos españoles que me aman, maten, injurien, roben ni cometan el más mínimo exceso. El orden es el primer efecto de la justicia; el premio al bueno y sus sacrificios, y el castigo al malo y sus inicuos secuaces es para Dios y para la ley, y de esta suerte cumplen lo que repetidas veces he ordenado.

En paralelo, se produjeron levantamientos en varios puntos de la geografía española:

En Castilla la Vieja, "El Cura Merino" logró movilizar en torno a 10.000 hombres, lo que le permitió controlar amplias zonas en Burgos y Soria.

En Aragón y Valencia las tropas carlistas también lograron importantes posiciones durante los primeros compases de la guerra, haciéndose con Morella y logrando importantes posiciones en el Maestrazgo. Desde allí, Manuel Carnicer trató de adentrarse con una partida de hombres en Cataluña, acción que fue frenada por el bando isabelino.

Sin embargo, donde más éxito tuvo el levantamiento fue en el País Vasco, Navarra y Logroño. Allí, los Voluntarios Realistas habían quedado fuera del control del gobierno debido a los fueros y diputaciones. Esto impidió que se realizaran purgas de los mandos afines al absolutismo radical como sí se había hecho en otras zonas. El día 6 de octubre, el general Ladrón de Cegama proclamó rey a Carlos María Isidro con el título de Carlos VI y la guerra se dio por comenzada. Un dato importante en estos primeros compases de la guerra fue la recuperación de Bilbao por parte de los isabelinos al mando del general Pedro Sarsfield, lo que constituyó una espina clavada en la retaguardia de los carlistas que condicionaría sus decisiones posteriores.

Tomás de Zumalacárregui

Como hemos visto, fue en el norte donde la causa carlista logró congregar más adeptos, los cuales se agruparon en torno a la figura de Tomás de Zumalacárregui, guipuzcuano de nacimiento cuya hoja de servicios incluía acciones destacadas en el norte durante la Guerra de Independencia bajo el mando de Espoz y Mina. Allí aprendió los principios de la guerra de guerrillas y logró un alto grado de conocimiento de la geografía vasca y navarra, lo que le sería muy útil durante su participación en la guerra carlista.

Durante el reinado de Fernando VII se declaró adepto a la causa absolutista y fue nombrado gobernador del Ferrol. Sin embargo, tras el nombramiento de Isabel como sucesora, fue acusado de desafecto y destinado a Pamplona bajo vigilancia.

Tomás de Zumalacárregui

A la muerte del rey, Zumalacárregui huyó de Pamplona y se unió a los carlistas en Navarra, donde fue elegido jefe del ejército en noviembre de 1833. Desde los inicios, instauró una guerra de guerrillas contra los isabelinos, aprovechando su conocimiento de la orografía de la zona y la adhesión que generó su figura entre los partidarios de Carlos María Isidro. También fue el impulsor de una dura represión contra los partidarios de la reina con el objetivo de mantener bajo control el territorio, lo que le llevó a cometer duras acciones como los fusilamientos de Heredia.

Durante finales de 1833 y el año 1834 logró importantes victorias como la obtenida en Viana frente a las tropas de Luis Carondelet Castaños o las acciones de Alegría de Álava y Venta de Echávarri. Esto provocó que los generales isabelinos se fueran sucediendo en el mando buscando la forma de contrarrestar la guerra de guerrillas que Zumalacárregui había planteado. No obstante, no todo fueron éxitos, ya que también cosechó derrotas como la que aconteció en la Batalla de Mendaza.

Tomás de Zumalacárregui al frente de la carga de lanceros de Navarra en la batalla de Viana. Augusto Ferrer Dalmau

Su mayor éxito llegó en 1835, cuando tras derrotar sucesivamente a Espoz y Mina y Gerónimo Valdés, obligó al ejército isabelino a retirarse al sur del Ebro, conservando únicamente las capitales de las Provincias Vascongadas y Pamplona.

Bilbao o Madrid

Tras la muerte de Fernando VII, Carlos María Isidro huyó primero a Portugal y, tras la derrota del miguelismo, a Gran Bretaña, donde permaneció bajo vigilancia. De allí consiguió escapar y, cruzando toda Francia de incógnito, regresó a la Península a través de la frontera navarra el 9 de julio. Allí, se puso al frente de las operaciones militares, lo cual supuso un soplo de moral para el ejército de su bando.

Carlos María Isidro

Como hemos visto, para comienzos de 1835 las tropas carlistas habían logrado el control de la zona norte. Esto puso al cuartel general frente a la decisión de avanzar sobre Madrid o tomar la ciudad de Bilbao, que había quedado en la retaguardia bajo control isabelino. Zumalacárregui defendió la primera opción, al considerar que la toma de Madrid permitiría terminar la guerra rapidamente. Sin embargo, la mayoría de altos mandos eran partidarios de la recuperación de Bilbao tanto por su valor simbólico como por las implicaciones ecónomicas que tenía recuperar una capital de provincia de cara a los acreedores que financiaban la guerra.

Tras varios enfrentamientos entre los mandos, Carlos María Isidro optó por asaltar Bilbao; el asedio comenzó el 10 de junio. Muy pronto se vieron las carencias del ejército carlista ya que, si bien había logrado desgastar a las tropas isabelinas gracias a la guerra de guerrillas, no estaba preparado para una acción de ese tipo. Como dato curioso, durante el cerco los isabelinos contaron con más artillería que el propio ejército carlista. Esto no impidió que se borbardeasen núcleos civiles pese a la oposición de Zumalacárregui.

Pasado más de un mes, los carlistas hubieron de levantar el sitio ante la imposibilidad de rendir la ciudad. Esto supuso un fuerte golpe para la moral de las tropas, a lo que se sumó la muerte de Zumalacárregui el 24 de junio: una bala perdida le alcanzó la pierna y le acabó provocando la muerte a los pocos días.

Segunda fase

Con la muerte de Zumalacárregui, el general Moreno fue nombrado jefe del estado mayor el 4 de julio de 1835. Su principal decisión fue cambiar la estrategia que hasta ahora habían planteado los carlistas: la guerra de guerrillas dio paso a la concentración de un numeroso ejército que tenía como objetivo lograr la victoria en una batalla decisiva frente al bando isabelino.

La ocasión no se hizo esperar, ya que tras levantar el asedio de Bilbao, las tropas del general Moreno y las legitimistas, a cuyo frente se encontraba Luis Fernández de Córdova, se enfrentaron en la batalla de Mendigorría.

Batalla de Mendigorría

El ejército carlista estaba compuesto de 24.000 hombres frente a los 36.000 que dirigía Fernández de Córdova. Entre estos últimos se contaban figuras tan insignes como la del general Baldomero Espartero, lo que da una idea de la importancia de esta batalla.

Tras varias horas de combates, los carlistas tuvieron que retirarse una vez que cedieron el centro. Fue durante las labores de repliegue cuando los carlistas sufrieron mayores bajas, debido a la decisión del general Moreno de situar sus tropas delante de un río.

La batalla reveló también la superioridad de las tropas legitimistas en campo abierto: la instrucción y experiencia se mostraron claves frente a un ejército compuesto en su mayoría por voluntarios. Es por ello que, posiblemente, la guerra de guerrillas planteada por Zumalacárregui se adaptara mejor al tipo de tropa con la que contaba en vez de plantear batallas campales frente a ejércitos más instruídos.

Hemos ganado ayer seis meses de vida; por este término respondo de contener al enemigo en sus antiguos límites. Luis Fernández de Córdova

Estancamiento

La batalla de Mendigorría fijó nuevamente las posiciones de ambos bandos que durante el resto del año no consiguieron realizar avances significativos. De hecho, el propio Luis Fernández de Córdova escribió varias cartas en las que mostraba lo desesperado de la situación y la dificultades que atravesaban las fuerzas bajo su mando.

Mientras esto sucedía en el frente norte, en Madrid se produjeron dos terremotos políticos que dificultaron a los isabelinos aprovechar la ventaja lograda: las desamortizaciones de Mendizábal y la "sarjentada" de La Granja.

La sargentada de la Granja

Uno de los hechos que marcaron significativamente la evolución política del país durante la guerra carlista fue la "Sargentada de La Granja", un episodio protagonizado por una facción del ejército liberal con el objetivo de forzar a la regente, María Cristina de Borbón a aplicar medidas más radicales que alejasen a la monarquía de las tendencias absolutistas.

El levantamiento tuvo lugar el 13 de agosto de 1836 y obligó a la regente a jurar la Constitución de 1812, consolidando el avance del liberalismo y dando pie a reformas como las desamortizaciones. En lo militar, supuso el cese de Luis Fernández de Córdova, quien sería sustituido por el general Espartero.

Las desamortizaciones de Mendizábal

Hasta el siglo XIX, una gran parte de los terrenos cultivables estaban en manos de la Iglesia bajo el régimen de manos muertas, es decir, propiedades que no se podían vender ni transferir.

Con el objetivo de financiar la guerra, promover el desarrollo de la economía y reducir el poder de la Iglesia, el ministro de Hacienda, Juan Álvarez Mendizábal, ideó lo que se conoce como desamortizaciones, es decir, la expropiación y venta de bienes eclesiásticos con el fin de redistribuir la tierra y fomentar el desarrollo económico del país. Sin embargo, quiénes acabaron poseyendo estas tierras fueron las élites del país, por lo que la mayoría de la población no se vio beneficiada. De este modo, campesinos y sectores de la Iglesia, comenzaron a acercarse al carlismo como una forma de protesta ante este tipo de medidas liberales.

Asedio de Bilbao de 1836

Para finales de 1836, el bando carlista comenzó a experimentar graves problemas económicos: las dudas acerca de que pudiera alzarse con la victoria se tradujeron en grandes dificultades para obtener financiación extrajera que permitiera continuar la guerra. Es por ello, que Carlos María Isidro junto con sus asesores decidieron volver a sitiar Bilbao con el objetivo de reforzar su situación de cara al exterior y facilitar la llegada de crédito.

El 23 de octubre comenzó el segundo asedio de Bilbao, dirigido por Bruno Villarreal, a quien Nazario Eguía había encomendado la operación mientras él vigilaba la retaguardia carlista. Al igual que un año antes, la ciudad presentó una feroz resistencia, reforzada además por la llegada de materiales y víveres durante los primeros días.

Pasado un mes sin avances significativos, el general Espartero marchó por el río Nervión en socorro de la ciudad, llegando a Portugalete el 1 de diciembre. Ese mismo día dio comienzo la Batalla de Luchana, durante la cual las tropas isabelinas trataron de romper el cerco carlista por el lugar que da nombre a este enfrentamiento.

Batalla de Luchana

Finalmente, el día 25 de diciembre las tropas carlistas cedieron ante el empuje de las dirigidas por Espartero y el general Oraá y la ciudad quedó liberada.

Las consecuencias de esta derrota para el bando rebelde fueron durísimas. Además del elevado número de bajas sufrido, se instauró un ánimo derrotista dentro de los mandos que meses después cristalizaría en la figura del general Maroto, quién se pondría al frente de la facción partidaria de buscar una rendición honrosa.

El Maestrazgo

En cuanto al resto de España, las principales acciones tuvieron lugar en la zona del Maestrazgo, donde Ramón Cabrera comenzó a lograr importantes éxitos que le permitirían ampliar la influencia del bando rebelde en el nordeste del país y la zona del Levante. En 1838 estableció la capital en Morella tras tomar el castillo de la ciudad que se creía inexpugnable.