La anexión de Portugal
La coronación de Felipe II como rey de Portugal fue la culminación de uno de los sueños de los Reyes Católicos: unificar los territorios de la Península Ibérica bajo una misma corona. Este proceso comenzó a mediados del siglo XV con la política matrimonial ideada por Isabel y Fernando para ampliar su influencia sobre los principales reinos de Europa y se concretó en la aparición de uno de los mayores imperios de la Historia.
Introducción
La segunda mitad del siglo XV fue una época muy convulsa para las relaciones entre Castilla y Portugal. Ambos reinos se disputaban la supremacía sobre los territorios que las expediciones marítimas habían descubierto en el océano Atlántico. Castilla reclamaba sus derechos sobre las Islas Canarias mientras que Portugal trataba de consolidar sus posiciones en las Azores, Guinea Ecuatorial y Cabo Verde. Por otra parte, la muerte de Enrique IV en 1474 dio inicio a la guerra de sucesión castellana entre los partidarios de Isabel de Castilla y Juana de Trastámara, apoyada por su esposo Alfonso V de Portugal, que vio en el conflicto la oportunidad perfecta de alzarse con el reino de Castilla.
La firma del tratado de Alcazobas (1479) sirvió para poner fin a todas estas disputas:
- Alfonso V renunciaba a sus derechos sobre la corona de Castilla.
- Isabel y Fernando hacían lo propio con respecto a la portugesa.
- Las Islas Canarias quedaban reconocidas como territorio perteneciente a Castilla.
- Y Portugal mantuvo el control sobre los territorios oceánicos que reclamaba.
Además, en este tratado también se acordó la boda entre el príncipe Juan de Portugal y la hija primogénita de los Reyes Católicos, Isabel. Este primer matrimonio fracasó, pero no así el posterior con Manuel I, lo que permitió a Isabel reinar en Portugal hasta su muerte en 1498.
Al año siguiente Manuel I volvió a contraer matrimonio con otra infanta española, María de Aragón y Castilla, de modo que ambas coronas volvieron a quedar ligadas dinásticamente.
Fruto de este último enlace nació Isabel de Portugal, quien a la postre se convertiría en esposa de Carlos I. Esto permitió a Felipe II, hijo de ambos, reclamar sus derechos a la corona portuguesa cuando esta quedó sin heredero en 1578.
El tratado de Alcazobas no fue el único pacto que suscribieron la corona de Castilla y Aragón con Portugal. En 1494 se firmó el Tratado de Tordesillas que estableció el reparto de las zonas de navegación y conquista entre ambos reinos. Definió una línea divisoria en medio del océano Atlántico según la cual todos los territorios a su derecha pertenecerían a Portugal, mientras que los de la izquierda serían posesión de la corona Española.
Este acuerdo tuvo que revisarse años más tarde una vez que se completó la primera vuelta al mundo. En 1529 se firmó el Tratado de Zaragoza que determinó el reparto de los territorios asiáticos entre ambas coronas.
Muerte de Sebastián de Portugal
Durante la primera mitad del siglo XVI Portugal consolidó sus territorios en Brasil, ambas costas de África, el Golfo Pérsico e importantes zonas en el Este como las Islas Molucas (principal exportadora de clavo, una especia muy cotizada) e Indonesia. Esto permitió a los lusos controlar durante varias décadas la Ruta de las Especias así como gran parte del comercio que sucedía entre las distintas regiones de Asia.
En el norte de África era habitual que los emires lanzasen incursiones contra las colonias portuguesas con el objetivo de recuperar los territorios perdidos frente a Portugal. Dado que mantener el control sobre la costa era vital para las rutas comerciales, el rey Sebastián I ordenó preparar una expedición contra los caudillos musulmanes que permitiera poner fin a estos ataques. En 1578 una flota compuesta por 80 naves y 20.000 hombres zarpó desde Lisboa rumbo hacia Tánger. El plan era reunirse con los aliados musulmanes y a continuación adentrarse en el desierto para derrotar al sultán saadí de Marruecos. Sin embargo, la travesía agotó a las tropas portuguesas que fueron masacradas por el ejército bereber: las bajas se cifraron en 8.000 y el rey pereció durante el combate.
Esta derrota tuvo dos consecuencias: Portugal quedó arruinada, pues la flor y nata de la nobleza fue apresada, lo que obligó a pagar numerosos rescates y, lo más importante, Sebastián I había muerto sin dejar herederos.
Mientras se resolvía la cuestión sucesoria, Portugal fue gobernada por el tio-abuelo de Sebastián I, Enrique I, que carecía de herederos legítimos dada su condición religiosa. Tras su fallecimiento en 1580 los distintos candidatos comenzaron a reclamar la corona portuguesa. Entre ellos se encontraba Felipe II, descendiente como ya vimos del rey Manuel I por parte de madre, que inmediatamente decidió hacer valer sus derechos al trono por medio de una campaña que duraría 3 años y que se saldaría con la unión de España y Portugal.
El enfrentamiento con Don Antonio (prior de Crato)
Entre los pretendientes a la corona portuguesa destacaron dos figuras: Felipe II y Antonio de Portugal, prior de Crato y nieto también del rey Manuel I por parte de padre. El conflicto entre ambos dio comienzo nada más fallecer Enrique I: el 19 de junio de 1580 Antonio fue proclamado rey por aclamación popular en la ciudad de Santarem mientras Felipe II aguardaba en Badajoz para entrar en Portugal y celebrar su coronación. Sin embargo, este éxito inicial de Antonio quedó diluido ante la decisión de la nobleza de apoyar al bando de Felipe II, consciente de que una unión con la monarquía hispánica les supondría grandes beneficios así como la adquisición de cargos y prebendas dentro de la maquinaria del vasto imperio.
Durante los años previos Felipe II y sus asesores barajaron distintos escenarios para llevar a cabo la anexión de Portugal, desde la asimilación del territorio por conquista hasta la agregación de ambos reinos. Durante las negociaciones con las élites portuguesas, estas exigieron el respeto a sus privilegios, ayudas económicas para pagar los rescates de aquellos que todavía seguían presos en Marruecos y la promesa de que Portugal mantuviera su estatus de reino dentro del entramado imperial. Dado que el apoyo de la nobleza era fundamental para llevar a buen puerto la anexión, Felipe II optó finalmente por una unión igualitaria entre ambas coronas.
Confirmado el apoyo de la nobleza, Felipe II contaba con llevar a cabo una anexión pacífica, de modo que no fuera necesario emplear la fuerza contra la población portuguesa. Con todo, se movilizó parte del ejército a la frontera de Portugal con el objetivo de realizar una demostración de fuerza que acallase a la supuesta escasa oposición. Sin embargo, la proclamación de don Antonio en Santarem precipitó los acontecimientos. Felipe II dio la orden de que los tercios, comandados por el duque de Alba se adentraran en Portugal y la flota, a cuyo cargo se encontraba Álvaro de Bazán, Marqués de Santa Cruz, partiera desde Cádiz rumbo a Lisboa para completar la invasión.
La estrategia escogida por los mandos españoles para la anexión de Portugal implicaba un alto riesgo y tan sólo tendría garantías de éxito si el ejército movilizado era lo suficientemente poderoso. El plan consistía en conquistar Lisboa mediante un ataque combinado por tierra y mar. La infantería se adentraría desde el sur mientras que la flota bloquearía el estuario del río Tajo para dar tiempo a las tropas a cruzar al otro lado y atacar la ciudad. Por tanto, se requería de un gran número de efectivos que permitieran llevar a cabo ambas acciones de forma simultánea.
Como curiosidad, durante la guerra de secesión portuguesa en 1640 este plan volvió a intentarse con un sonoro fracaso, dado que los efectivos no tenían ni la cantidad ni la calidad de los que lograron la victoria en 1580.
El ejército filipino contaba con unos 13.000 hombres, muchos de los cuales pertenecían a los tercios viejos de Flandes. Frente a ellos, el prior de Crato consiguió levantar una hueste de 12.000 hombres, que pese a igualar prácticamente en número a la española contaba con mucha menos experiencia en el combate.
Para la invasión, el rey pidió al duque de Alba emplear la menor violencia posible. Esto dificultó en ocasiones la rendición de las ciudades y generó malestar entre los más veteranos, buenos conocedores del derecho de guerra que incluía el saqueo por 3 días de las plazas que no se rindiesen.
El avance español por el territorio sur portugués fue bastante rápido, logrando la rendición de numerosas ciudades que no presentaron resistencia. Finalmente, el 25 de agosto de 1580 los ejércitos del duque de Alba y Antonio se enfrentaron en la "Batalla de Alcántara" transcurrida en las inmediaciones del arroyo con el mismo nombre. Allí, los tercios se impusieron a las tropas de don Antonio a las que causaron unas 3.000 bajas frente a las 50 españolas. Sin embargo, el prior de Crato consiguió huir hacia el norte desde donde continuó organizando la resistencia.
Tras la derrota, Lisboa capituló a los pocos días y para el 12 de septiembre de 1580 ya se alzaba la bandera de Felipe II. Siguiendo órdenes del rey, el duque de Alba prohibió nuevamente a las tropas saquear la ciudad; sólo los arrabales fueron expoliados donde curiosamente aparecieron grandes cantidades de oro y joyas: temerosos del saqueo, los habitantes de Lisboa habían trasladado gran parte de sus posesiones al exterior de la ciudad.
Por su parte, don Antonio huyó hacia Oporto perseguido por Sancho Dávila, quien tras tomar la ciudad no consiguió capturarle. El prior huyó hacia Francia desde dónde siguió conspirando para recuperar el trono.
La lucha por las Azores
Tras su huída a Francia, don Antonio recibió el apoyo de la reina Catalina de Médicis para continuar hostigando a las tropas filipinas, esta vez en el enclave estratégico de las Azores. A cambio de su ayuda, el prior se comprometió a entregar Brasil a Francia, lo cuál permitiría a la reina iniciar la construcción de un imperio transoceánico que rivalizase con el de la Monarquía Hispánica. Formalizado el acuerdo, en 1582 se financió la creación de una armada compuesta por unas 64 naves que zarpó rumbo a las Azores. Esta flota estaba dirigida por Strozzi, un noble francés amigo de la reina y partió con el objetivo de recuperar las islas para la causa de don Antonio. Esto permitiría a Francia obtener un enclave en medio del océano Atlántico y debilitar la posición española.
Consciente de la amenaza, en el verano de 1582 Felipe II envió a las islas una flota de 25 naves comandada por don Álvaro de Bazán, quien ya había dirigido la acción naval en la toma de Lisboa. Las dos escuadras se encontraron frente a frente el 26 de julio cerca de la isla de San Miguel. El enfrentamiento se saldó con una aplastante victoria de la armada española pese a la superioridad numérica del enemigo: los franceses perdieron 10 buques de guerra y contaron cerca de 2.000 bajas, entre las cuales estaba el comandante de la misión Strozzi. Por parte española, las bajas sumaron la cifra de 800 entre muertos y heridos; sin embargo la flota de Álvaro de Bazán no perdió ningún buque.
La victoria en la batalla de San Miguel supuso un duro varapalo para las aspiraciones francesas: durante más de 50 años Francia dejó de representar un peligro para la Monarquía Española en el océano Atlántico. Por el contrario, España conjugaraba la triple amenaza que suponía perder las Azores, el control del tráfico marítimo y la entrega de Brasil a Francia.
Si un pero puede ponérsele a este triunfo es que nuevamente don Antonio consiguió huir, esta vez a Inglaterra, desde donde años más tarde volvería para atacar Lisboa con el apoyo de Isabel I tras el fracaso de la Grande y Felicísima Armada.
La conquista de la Isla Terceira
Pese a la gran derrota sufrida en las inmediaciones de la isla de San Miguel, don Antonio todavía mantenía el control de la Isla Terceira. Esto le permitía amenazar las rutas hispánicas y disponer de una garantía para continuar recibiendo apoyo del resto de reinos europeos en su lucha contra Felipe II. En 1583 una nueva escuadra de 17 barcos enviada por Francia e Inglaterra llegó a las Azores con el objetivo de reforzar las posiciones.
Por su parte, en España, Felipe II nombró a don Álvaro de Bazán jefe de la expedición que partiría en 1583 rumbo a las Azores para terminar definitivamente con la resistencia organizada por don Antonio. Esta flota zarpó el 23 de junio compuesta por unas 60 naves y 9.000 soldados. El desembarco en la Isla Terceira se produjo al mes siguiente, el día 26 de julio, y tras una serie de combates donde los españoles obtuvieran otras tantas victorias los defensores capitularon. La conquista de Portugal había llegado a su fin.
Conclusión
Habían transcurrido casi 100 años de la firma del tratado de Alcazovas pero finalmente la política matrimonial de los Reyes Católicos había dado sus frutos: la corona española y la portugesa quedaron unidas durante un período que se extendió a lo largo de casi un siglo. En la práctica esto significó que la Monarquía Hispánica adquiría una gran cantidad de territorios en ambos hemisferios así como el control de todas las líneas comerciales pertenecientes a Portugal.
Seguramente hayas oído la frase "en el Imperio Español no se ponía el Sol". Esta frase ganó popularidad durante el reinado del Felipe II cuando las islas Filipinas y los archipiélagos de Micronesia en el Pacífico se anexionaron a la corona española.
En 1585, Giovanni Battista Guarini escribió "Il pastor fido" para conmemorar el matrimonio de Catalina Micaela, hija de Felipe II, con Carlos Manuel I, duque de Saboya. La dedicatoria de Guarini decía: "Altera figlia / Di qel Monarca, a cui / Nö anco, quando annotta, il Sol tramonta".1 ("La orgullosa hija / de ese monarca a quien / cuando oscurece [en otros lugares] el sol nunca se pone.").
https://es.wikipedia.org/wiki/El_imperio_donde_nunca_se_pone_el_sol