La Guerra de Flandes
La Guerra de Flandes es el conflicto que enfrentó desde 1568 a la Monarquía Hispánica y a los estados rebeldes holandeses durante 80 años. Sus dimensiones fueron no sólo políticas sino también civiles y religiosas, por lo que terminó por implicar a la mayoría de potencias Europeas.
Su gran duración, así como la ingente cantidad de recursos que exigió a nivel militar y monetario, llevaron a España a la extenuación; para cuando en 1648 se firmó la Paz de Westfalia, el país estaba agotado y tuvo que aceptar finalmente la independencia de las Provincias Unidas.
Pese al resultado, la Guerra de los 80 Años fue también el escenario de grandes batallas, asedios y hazañas. En los Países Bajos dejaron sus mejores años nombres tan ilustres de nuestra Historia como el Duque de Alba, Ambrosio Spínola o Alejandro Farnesio; también los Tercios, que en Flandes se ganarían el merecido título de "la mejor infantería del mundo". Logros como la apertura del Camino Español no se pueden entender sin la importancia la Monarquía dio a este conflicto. Y, por supuesto, fue una constante fuente de inspiración para los artistas del Siglo de Oro; Velázquez, Quevedo o Calderón de la Barca referenciaron a menudo en sus obras los hechos que allí sucedieron.
Este ejército que ves
vago al yelo y al calor,
la república mejor
y más política es
del mundo, en que nadie espere
que ser preferido pueda
por la nobleza que hereda,
sino por la que el adquiere;
porque aquí a la sangre excede
el lugar que uno se hace
y sin mirar cómo nace
se mira como procede.
Aquí la necesidad
no es infamia; y si es honrado,
pobre y desnudo un soldado
tiene mejor cualidad
que el más galán y lucido;
porque aquí a lo que sospecho
no adorna el vestido el pecho
que el pecho adorna al vestido.
Y así, de modestia llenos,
a los más viejos verás
tratando de ser lo más
y de aparentar lo menos.
Aquí la más principal
hazaña es obedecer,
y el modo cómo ha de ser
es ni pedir ni rehusar.
Aquí, en fin, la cortesía,
el buen trato, la verdad,
la firmeza, la lealtad,
el honor, la bizarría,
el crédito, la opinión,
la constancia, la paciencia,
la humildad y la obediencia,
fama, honor y vida son
caudal de pobres soldados;
que en buena o mala fortuna
la milicia no es más que una
religión de hombres honrados.
Causas
Los orígenes del conflicto se remontan a las crisis económicas y religiosas que asolaron la región tras la conclusión de la guerra imperial contra Francia en 1559 (Paz de Cateau-Cambrésis).
Felipe II heredó los Países Bajos de su padre, Carlos I, quien a su vez los había obtenido gracias a la ascendencia borgoñona de su progenitor Felipe El Hermoso. Estaban divididos en 17 provincias, cada una de ellas con su propio gobierno. Regularmente, se convocaban los Estados Generales para discutir asuntos y políticas que afectaban al conjunto de los territorios; no obstante, lo habitual era que en estas reuniones los representantes de cada provincia velasen por sus propios intereses. Durante el reinado de Carlos I, se vivió una relativa calma, al menos a nivel interno, favorecida por la bonanza económica y por el fin de la guerra contra Francia. Además, la nobleza holandesa veía en el monarca a un igual, algo que no sucedería con su hijo, Felipe II, a quien siempre vieron como a un rey extranjero.
Sin embargo, la década de 1560 supuso el comienzo de los conflictos. Una parte de la nobleza alzó la voz contra la elevada fiscalidad que soportaban los territorios. Por otro lado, el calvinismo y protestantismo habían comenzado a extenderse por la región, lo que chocaba frontalmente con el arraigado sentimiento católico de Felipe II, quien decretó la creación de 14 nuevos obispados. Finalmente, la lucha por el Mediterráneo obligó a la Monarquía a desatender militarmente los territorios del norte de Europa. Por ejemplo, el Tercio que allí había acuartelado fue retirado en 1561, lo que facilitó la explosión de las futuras revueltas.
Guerra de religión
La cuestión religiosa merece que se le preste especial atención. Los calvinistas se habían estado infiltrando en las provincias de Flandes desde finales de la década de 1550 aprovechando la paz con Francia. Allí donde se asentaron se comportaron como fanáticos, ejerciendo una fuerte represión contra las minorías católicas. Además, encontraron en la propaganda un valioso instrumento para propagar su doctrina y desprestigiar tanto a la religión católica como al monarca Felipe II.
Fruto de esta misma propaganda es la idea de que el rey español trató de imponer la Inquisición en los Países Bajos. No fue así. De hecho, en los territorios ya funcionaba la Inquisión Papal, mucho más dura que la española. Sin embargo, sí que es cierto que Felipe buscó la forma de imponer la Contrarreforma en sus posesiones, aplicando las ideas del Concilio de Trento y enviando jesuitas y obispos para ocupar altos cargos en los Consejos de Estado. Esta decisión iba en menoscabo de la nobleza local, quien veía como sus privilegios y el acceso a las prebendas económicas que favorecía el control de la administración quedaban fuera de su alcance.
La rebelión de la nobleza que dio pie al conflicto se apoyó en la religión para incrementar su masa de seguidores. Era la excusa perfecta que les permitió plantar cara a un rey al que no veían como propio, al que acusaban de elevar los impuestos y así financiar guerras alejadas de sus intereses y que, además, les imponía un tipo de gobierno absolutista que restaba su capacidad de mando.
Por su parte, para Felipe II, si bien el componente religioso no carecía de importancia, decidió restringir la rebelión a su dimensión política. La nobleza encabezada por Guillermo de Orange no fue acusada de hereje, sino de rebelde, es decir, desleal a su legítimo soberano. Esto no significa que uno de los objetivos de la guerra no fuese la restauración del catolicismo, pero el respeto al monarca era uno de los pilares sobre los que se asentaban la reputación y el honor en el siglo XVI. Por tanto, el motivo de fondo que impulsó un conflicto que terminó por arruinar y desangran a la Monarquía Hispánica durante 80 años.
Estallido de la guerra
En 1563, Guillermo de Orange y los condes de Egmont y Hornes exigieron el cese del obispo Granvela, quien defendía una política más enérgica en defensa de la autoridad legal. Felipe II aceptó finalmente la petición en aras de apaciguar los ánimos y tratar de ganarse el favor de las voces discordantes.
En 1565 los acontecimientos terminaron por precipitarse. Un sector de la nobleza encabezado por Guillermo de Orange, vio en la religión la excusa perfecta para rebelarse contra el Rey. Exigieron a Margarita de Palma, gobernadora por aquel entonces de los Países Bajos, la completa libertad religiosa, algo que tuvo que aceptar ante la falta de medios para oponerse. Por el contrario, Felipe II, presionado por el Duque de Alba, no estaba dispuesto a hacer ningún tipo de concesión en ese aspecto, por lo que instó a Margarita a imponer el orden y sofocar cualquier intento de rebelión. El caos se desató. Los protestantes comenzaron a profesar su religión sin cortapisas, el desorden se extendió por las ciudades y Guillermo de Orange, seguido cierto sector de la nobleza como los condes de Egmont y Hornes, se manifestaron en contra de la autoridad real. El auge de esta primera rebelión llegó en el verano de 1566 con lo que se conoce como furia iconoclasta: se asaltaron conventos, se quemaron iglesias así como se popularizó el robo y destrucción de elementos religiosos.
Ante la imposibilidad de sofocar la rebelión, Margarita pidió ayuda urgente a Felipe II, quien ordenó levantar un ejército de 13.000 hombres y aplastar las revueltas. La población católica, así como nobles y comerciantes que temían que los disturbios jugaran en contra de sus intereses económicos, apoyó esta actuación, por lo que al poco tiempo se consiguió restablecer el orden.
Pese a ello, en septiembre de ese año, Felipe II y su Consejo de Estado decidieron enviar un ejército de veteranos a Flandes comandado por el Duque de Alba con el objetivo de someter cualquier nuevo intento de rebelión.
La Guerra de Flandes había comenzado.
El Duque de Alba (1567-1573)
El peligro de perder el control sobre los Países Bajos obligó a Felipe II a trazar un plan que le permitiese restituir el orden en la región. La expansión del protestantismo jugó un importante papel en esta decisión, dado que era tradición que la población viviese bajo la religión de su señor. Sin embargo, más lo era aún el menoscabo de la honra para la Monarquía que suponía la rebelión de una parte de la nobleza.
De este modo, Fernando de Toledo, duque de Alba, recibió la orden de partir hacia Flandes con un ejército nutrido que le permitiera sofocar rápidamente el conflicto. La estrategia marcada tenía dos fases: la primera consistiría en reprimir al coste que fuera las revueltas para que, a continuación, Felipe II viajase a Flandes y se reconciliarse con la población decretando el perdón sobre la población rebelde.
En abril de 1567, Alba parte desde Milán hacia Flandes, inaugurando el Camino Español, un trayecto que conectaría por tierra ambas regiones durante casi un siglo. Junto a él se desplazaron los cuatro tercios españoles, Lombardía, Nápoles, Sicilia y Cerdeña, destacando entre las tropas figuras como Sancho de Londoño, Julián Romero o Gonzalo de Bracamonte. El total sumaba unos 10.000 hombres, a los que se unió una comitiva de pajes, mochileros y mujeres que les siguieron hasta territorios holandeses.
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Tras casi 4 meses de viaje, el 22 de agosto las tropas llegaron a Bruselas, desde donde Fernando Álvarez de Toledo empezó a adoptar medidas. El 5 de septiembre instituyó el Tribunal de los Tumultos con el objetivo de perseguir herejes e instaurar un clima de terror en la región que ayudara a terminar por la vía rápida con las revueltas. Este tribunal, que ordenó en torno a 1.000 ejecuciones, fue rebautizado por la propaganda holandesa como Tribunal de la Sangre, quien elevó el número de muertes hasta las 200.000. Cabe destacar, que de sus 7 miembros iniciales, tan sólo uno era originario de la Península; es decir, el enfrentamiento también adquirió tintes de guerra civil, en la que católicos y protestantes ejercieron una fuerte represión sobre el otro bando.
El 9 de septiembre el Tribunal, sobre el que el Duque de Alba tenía la última palabra, decretó el arresto y decapitación de los duques de Egmont y Horns, ambos cabezas visibles de los hechos sucedidos durante los años anteriores. Guillermo de Orange, también condenado, tuvo tiempo de huir a su feudo en Alemania, desde donde organizó un ejército para planear la invasión de los Países Bajos.
El primer intento se produjo cerca de Lieja, donde las tropas de Sancho Dávila causaron 2.500 al ejército invasor por 24 de las propias. Más éxito tuvo el ataque de Luis de Orange, quien derrotó en Heiligerlee (23 de mayo de 1568) al conde de Arember a cuyas órdenes se encontraba el Tercio de Cerdeña. La indisciplina de parte de las tropas, que se lanzaron al ataque en desorden, provocó al rato una desbandada general que se saldó con unas 500 bajas en el bando español. El Duque de Alba tomó nota de esta insubordinación y al poco tiempo decidió disolver el Tercio, repartiendo sus compañías entre los otros tres.
Y así, ciegos con el deseo de ella (de la batalla) acometieron con poco recato por los atolladeros, donde metidos los doscientos coseletes, atascándose con los muchos fosos, no pudiendo aprovecharse de las armas ni tener fuerzas para ofender con ellas, fuera del desorden con que iban, fueron en muy breve tiempo rotos y muertos todos los que en aquel lugar entraron (por) las picas del mayor escuadrón del enemigo, ayudado de su arcabucería
La batalla de Jemmingen (1568)
La victoria protestante en Heiligerlee aceleró los planes del Duque de Alba. A comienzos de julio partió rápidamente desde Bruselas al encuentro de Luis de Orange con el objetivo de derrotarlo antes de que se uniera a las tropas de Gonzalo. Tras una rápida acción en Groningen donde los españoles se impusieron a los protestantes, Luis decidió retirarse a Jemmingen. Esta península, rodeada de varios ríos, ofrecía cierta protección gracias a la posibilidad de abrir los diques e inundar los terrenos circundantes. Pese a ello, Fernando Álvarez de Toledo optó por atacar antes de que Luis pudiera aprovechar la situación para emprender la huida.
Tras reconocer el terrero, el duque envío una avanzadilla al mando de Sancho Dávila para tomar el puente que daba acceso a la península. Pese a la inferioridad numérica, la estrechez del terreno permitió a los españoles aguantar las acometidas de las tropas protestantes, superiores en número pero incapaces de hacer valer dicha ventaja. Mientras tanto, el Duque de Alba avanzaba con el grueso de las tropas por la pradera colindante sin ser detectado. El recorrido les llevó frente a las tropas holandesas que, desconocedoras de la situación, se dirigían contra Sancho Dávila. El efecto sorpresa y el ímpetu de la acometida hispánica pusieron en desbandada a los holandeses tras varias horas de intensos combates.
Se calcula que los protestantes perdieron 7.000 hombres frente a tan solo 10 españoles. Las aguas del río Ems se llenaron de los sombreros de los que perecieron en el intento de huir: "duró el matar gente en esta batalla hasta otro día en la noche".
La batalla de Jemmingen parecía poner punto y final a la guerra. A esta victoria se le sumó otra meses más tarde, cuando el Duque de Alba deshizo al ejército de Guillermo de Orange causándole 8.000 bajas sin apenas combatir. En 1569 quedaba decretado el perdón general.
Pese a los éxitos cosechados, el plan inicial que se había proyectado para pacificar la región no se llevó a cabo. Felipe II decidió no viajar a los Países Bajos, retenido en España por la rebelión de las Alpujarras y la muerte del infante Carlos. Esto imposibilitó que fuera presentado como un pacificador ante los ojos de la población y obligó al Duque de Alba a permanecer allí como gobernador contra su voluntad.
Lo que inicialmente iba a ser una rápida expedición se alargó varios años durante los que el Duque gobernó sin los apoyos necesarios. Las medidas que adoptó, especialmente las de carácter fiscal, suscitaron nuevos murmullos entre la población que desembocaron en 1572 en un nuevo alzamiento de parte de la nobleza. Este nuevo conflicto terminaría a la postre causando la destitución de Fernando Álvarez de Toledo.
En su lugar, Felipe II envió a Luis de Requesens quien adoptó una posición más conciliadora en vez de recurrir a la fuerza. El propio rey expresó su sentir de esta manera:
No es posible llevar adelante lo de Flandes por la vía de la guerra.
Luis de Requesens
La elección de Luis de Requesens como nuevo gobernador de los Países Bajos respondía a un interés por parte de Felipe II de apaciguar la región tras el malestar provocado por las políticas del Duque de Alba. De extracción más baja que los anteriores gobernadores, Luis de Requesens había sido durante su infancia paje del rey para convertirse, años más tarde, en una de las personas más próximas al monarca. No en vano fue consejero de don Juan de Austria en las Alpujarras y gobernador del ducado de Milán.
Su llegada a Bruselas se produjo durante el mes de noviembre de 1573. En ese momento, Holanda y Zelanda se situaban en el foco de la rebelión, liderada por Guillermo de Orange. Las primeras medidas que adoptó Luis de Requesens estuvieron encaminadas al objetivo que le había marcado Felipe II. De este modo, inició la abolición del Tribunal de los Tumultos, la derogación del impuesto conocido como la décima y la proclamación del perdón general. Sin embargo, y tal y como le advirtió el propio Fernando Álvarez de Toledo, la guerra era inevitable.
Los problemas a los que tuvo que enfrentarse el catalán fueron de diversa índole y afectaron de lleno a casi todas las áreas. En el plano estrictamente político, se habían creado distintas facciones dentro del seno del gobierno donde la alta nobleza, los pequeños nobles emergentes y el clero competían por alcanzar su dosis de poder.
En el plano económico, la situación en Flandes se vio afectada enormemente por la grave crisis económica que atravesaba la Monarquía, lo que llevó a Felipe II a declarar la suspensión de pagos el 1 de septiembre de 1575.
Mientras tanto, la rebelión seguía su curso. Los Estados Generales, y muy especialmente Flandes y Brabante, que se encontraban bajo la influencia de Guillermo de Orange, presionaron a Requesens para hacerle cumplir las medidas que había prometido además de exigir la libertad de culto, la supresión de los obispados creados en la década anterior y la expulsión del ejército español.
La defensa de este tipo de exigencias por parte de los rebeldes fue en gran parte posible debido a la inestabilidad dentro de las filas del ejército español. Los soldados acumulaban varios retrasos en sus pagas y la amenaza de un motín generalizado se hacía cada vez más presente. Éxitos y fracasos militares se fueron alternando, lo cual contribuyó a que la rebelión pudiese extenderse por casi toda la región.
La primera acción militar destacada en la que tomó parte activa Requesens como gobernador fue la creación de una flota a finales de 1573 con el objetivo de recuperar el control de los mares. La armada, a cuyo frente se situó a Julián Romea, fue hundida al poco de zarpar por los mendigos del mar; el dominio naval, por tanto, siguió perteneciendo a los sublevados.
Bien sabía que yo no era marinero, sino infante; no me entregue más armadas, porque, si ciento me diesse, es de temer que las pierda todas. Julián Romero.
En tierra, la primera acción destacada fue el asedio de Leiden, un enclave estratégico cuyo control permitiría separar Holanda y Zelanda, las dos provincias rebeldes. El sitio de la ciudad se extendió entre 1573 y octubre de 1574. En la fase final, Guillermo de Orange ordenó romper los diques con el fin de anegar la región y romper así el cerco. La acción fue un completo éxito y las tropas españolas hubieron de retirarse. La población de Leiden quedó diezmada debido al hambre y las enfermedades sufridas durante más de un año de asedio.
Pese al fracaso de la operación, meses antes las tropas españolas obtuvieron una importante victoria frente a las orangistas en la batalla de Mook. Allí, el ejército liderado por Sancho Dávila y Bernardino de Mendoza se impuso al de Luis y Enrique de Nassau, quienes perdieron la vida durante el enfrentamiento. Como curiosidad, la contienda la decantaron los lanceros a caballo, quienes pusieron en fuga a los "schwarze reiters" o jinetes negros, caballería pesada germánica que portaba grandes pistolas como arma principal. También en Mook se usó una de las innovaciones introducidas por el Duque de Alba: extraer de las formaciones de lanceros a caballo un pequeño contingente de forma que cargase lateralmente sobre el enemigo cuando este se acercara. Pese a derrotar a un ejército superior en número e inflingirle importantes bajas, los realistas no pudieron aprovechar la victoria, pues al momento las tropas se amotinaron para exigir los pagos atrasados. En palabras de Mendoza:
Se amotinaron todos los españoles, cuya costumbre es diferente de las demás naciones, porque piden sus pagas a los generales entes del pelear y al tiempo del venir a las manos con los enemigos, y los españoles después de haberlo hecho y combatido.
El último año de Requesens fue un reflejo de los anteriores. A nivel político, los "malcontents" o partido moderado encabezado por distintos nobles flamencos como el duque de Aarschot o el marqués de Havré siguió ejerciendo presión sobre el gobernador para alcanzar un acuerdo de paz y promover la libertad de religión. En lo militar, las tropas españolas iniciaron los asedios de Woerden, que fracasó, y el de Zierikzee, cuyo éxito fue nuevamente eclipsado por un nuevo motín del ejército hispánico.
La crisis de 1576
El 5 de marzo de 1576 se produjo la muerte repentina de Luis de Requesens. Juan de Austria fue nombrado como sucesor y se le apremió a partir cuanto antes hacia Flandes, si bien su llegada se retrasó hasta noviembre. Este vacío de poder propició la serie de hechos que terminaron por debilitar aún más si cabe la posición española.
Los disturbios comenzaron en julio de ese año, una vez concluido el asedio de Zierikzee. Como ya hemos mencionado, las tropas españolas se amotinaron hartas de la falta de pagas y partieron rumbo hacia la región de Brabante, haciéndose fuertes en la ciudad Aalst, que fue saqueada. Las noticias volaron y provocaron una fuerte reacción antiespañola en toda la región alentada por el propio bando rebelde, que aprovechó la ocasión para hacerse con las principales metrópolis.
El duque de Aarschot, cada vez más partidario de la causa de Guillermo de Orange, se hizo con el control del Consejo de Estado en Bruselas y arrestó a los leales a la corona, entre ellos el conde Mansfeld. En Zierikzee, los soldados valones de Mondragón se rebelaron y lo encarcelaron. A los pocos días, el estatúder de Flandes puso bajo asedio el castillo de Gante, donde se refugiaron Maldonado y la mujer de Mondragón, Guillermette de Chastelet. En Maastrich, la población apoyada por tropas valonas se hizo con el control y obligaron a las tropas de Montesdoca a refugiarse en los arrables. Finalmente, el 3 de noviembre de ese año, Amberes se unió también a la revuelta y Sancho Dávila quedó sitiado dentro de la ciudadela.
Mientras la mecha prendía en las principales ciudades de la provincia, Alonso de Vargas y Hernando de Toledo se pusieron al frente de las tropas no amotinadas y maniobraron para tratar de restaurar el orden. El 14 de septiembre consiguieron derrotar al ejército de los Estados Generales en la batalla de Vissenaken y al mes siguiente lograrían recuperar Maastricht. No obstante, sin el concurso de las tropas amotinadas, no fue posible liberar recuperar Bruselas, Gante o Amberes.
La pacificación de Gante
Finalmente, el 30 de octubre los representantes de los Estados firmaron con las provincias rebeldes la "Pacificación de Gante", que suponía la creación de un frente común contra las tropas españolas. En paralelo, Sancho Dávila logró finalmente que los amotinados acudieran en su auxilio a la ciudadela de Amberes y el día 4 de noviembre la ciudad quedó liberada, no sin antes someterla a un brutal saqueo conocido como el "saco de Amberes".
Al día siguiente Don Juan de Austria, que había cruzado Francia vestido de incógnito, llegó a los Países Bajos para hacerse con el poder. Pese a la insistencia de Sancho Dávila y el resto de generales de continuar las acciones para recuperar las plazas bajo asedio, Don Juan prohibió cualquier movimiento que dificultase las negociaciones de paz. Esto posibiltó la caída de Gante y Maastrich a la semana siguiente en manos rebeldes, lo que dejaba a la Monarquía en una muy difícil posición para el próximo año.
El saco de Amberes
Por su notoriedad, merece la pena dedicar unas líneas a este episodio que fue aprovechado por la leyenda negra para reflejar la brutalidad del ejército español.
Como hemos visto, Sancho Dávila, conocido por el sobrenombre del "rayo de la guerra", resistía en la ciudadela de Amberes desde hacía meses. La situación se agravó una vez que el gobernador de la ciudad dejó entrar al ejército rebelde, acto que motivó a las tropas españolas amotinadas en Aalst a acudir finalmente en auxilio de sus compañeros. Los amotinados, que al día siguiente combatirían bajo banderas que portaban imágenes de la Virgen María para no deshonrar las de la Monarquía, pronunciaron a su llegada una de las frases más famosas de este periodo:
Venimos con propósito cierto de victoria, y así hemos de cenar en Amberes, o desayunar en los infiernos
El 4 de noviembre, el ejército español salió de la ciudadela con el objetivo de romper el cerco que las tropas rebeldes habían creado. La batalla fue enconada y en ella participaron algunos de los hombres más importantes del ejército de Flandes: al ya nombrado Sancho Dávila se le unieron Julían Romero y Alonso de Vargas. Tras más de 4 horas de lucha por toda la ciudad, el ejército rebelde emprendió la huída. Durante la contienda, el Ayuntamiento fue incendiado por los realistas tras localizar a los tiradores que desde allí les disparaban.
Expulsado el enemigo, las tropas españolas se lanzaron al saqueo sin piedad de toda la ciudad. La brutalidad que mostró la soldadesca se usó para acuñar la expresión furia española. Las bajas se cifraron en varios miles de ciudadanos y el episodio pasó a formar parte de la leyenda negra, la cual omite de forma interesada la batalla que precedió al saqueo así como el apoyo armado de la ciudadanía a las tropas rebeldes.
1577
El año 1577 comenzó con la firma de Don Juan del Edicto Perpetuo el cual establecía la expulsión de las tropas españolas de los Países Bajos a cambio del respeto a la autoridad real y la exclusividad del catolicismo. Por supuesto, Holanda y Zelanda no suscribieron esta última parte y continuaron su rebelión.
Alejandro Farnesio
Tras la muerte de Juan de Austria (1578), Alejandro Farnesio fue escogido como nuevo gobernador de los Países Bajos. Sobrino de Felipe II por parte de madre, su trayectoria le había posicionado como uno de los líderes militares más prometedores dentro del Imperio. Participó en Lepanto a las órdenes de Juan de Austria y se distinguió en numerosas acciones al mando de sus tropas en Flandes.
Su objetivo como nuevo gobernador de Flandes fue restaurar el dominio español sobre las provincias mediante la acción combinada de la diplomacia y la acción militar. Esta estrategia le llevó a recuperar importantes ciudades como Maastricht, pese a que la firma del Tratado de Arras obligó a la retirada de los Tercios españoles de las provincias del sur durante los años 1579 a 1582.
Para cuando llegó el año 1583, y ya con los Tercios reincorporados, los únicos territorios que quedaban por someter eran los de las provincias de Flandes y Brabante, núcleo industrial de los Países Bajos. La acción combinada de Francisco Verdugo en Frisia y Farnesio en la costa flamenca permitieron recuperar el control de casi todas las provincias rebeldes y de enclaves estratégicos como Dunquerque o Nieuwpoort. Frisia quedaba unida de nuevo con los Países Bajos católicos, y el dominio de los puertos posibilitó a la Armada de Flandes reestablecer el control sobre los mares. Tan sólo quedaba por conquistar Amberes, núcleo comercial de la región y una de las ciudades más ricas de Europa.
El asedio de Amberes comenzó el 3 de julio de 1584 y requirió de una ingente cantidad de recursos e ingenio militar; protegida por 10 baluartes, un foso y el río Escalda, la ciudad se consideraba prácticamente inexpugnable. Para el ataque, Farnesio ordenó la construcción de un puente sobre el río de 800 metros de largo que servía de unión de las provincias de Brabante y Flandes y que permitía el movimiento de tropas por la región. Tras varios contraataques fallidos de los holandeses sobre el puente y los diques que los españoles habían levantado para protegerse de las inundaciones, la ciudad se rindió en agosto 1585. Esta acción valió a Farnesio la condecoración del Toisón de Oro y coronó una larga sucesión de éxitos que habían devuelto el control a la Monarquía de la mayoría de los territorios. Nuevamente, se presentaba una oportunidad de oro para poner fin al conflicto.
1593 - 1603
La muerte de Alejandro de Farnesio en 1592 supuso un duro golpe para las aspiraciones hispánicas en la Guerra de Flandes. A la pérdida de uno de los mejores generales se sumaron los continuos problemas económicos que atravesaba la monarquía, la falta de liderazgo y la necesidad de luchar a la vez contra Francia y los Estados Generales de Holanda.
El primer gobernador en suceder a Farnesio fue Ernesto de Mansfeld, quien tomó la decisión de enviar un gran contingente a luchar a Francia en apoyo de la facción católica. Esto posibilitó a Mauricio de Nassau lanzar una ofensiva en 1593 para conquistar Geertruidenberg y afianzara su posición en la región.
Al año siguiente fue el archiduque Ernesto de Austria quien obtuvo el cargo de gobernador. Su decisión de mantener al grueso del ejército desplazado en Francia permitió que Mauricio pudiera conquistar la importante ciudad de Groninga, en Frisia. A este revés se sumaron los motines que estallaron en distintos puntos provocados por la acumulación de impagos; las arcas de la Monarquía se encontraban al borde de la quiebra.
Los problemas no quedaron ahí. En 1595 el rey Enrique IV de Francia declaró la guerra a España y arremetió contra el Franco Condado, incursión impedida por una rápida acción de las tropas del Milanesado. Ese mismo año moriría Ernesto de Austria, lo que dejaba el cargo libre para un nuevo gobernador: el archiduque Alberto.
El archiduque Alberto había sido virrey de Portugal, por lo que ya contaba con amplia experiencia dentro del gobierno. Su llegada a Flandes junto a un ejército de 8000 hombres le permitió recuperar Calais y Hulst. Sin embargo, la falta de hombres y los apuros económicos volvieron a dar alas al ejército de Mauricio: al año siguiente, este tomaría Rheinberg e importantes plazas en el norte.
En 1598 se firmaría una paz con Francia que dio un respiro al extenuado ejército español. Sin embargo, los apuros económicos situaban a guarniciones como la de Amberes o Gantes al borde del motín. Durante ese año se recuperó Rheinberg pero se falló en el objetivo de reabrir un frente en Frisia.
Al año siguiente, el archiduque partió para casarse con la infanta Isabel Clara Eugenia. La ausencia de un mando claro en Flandes durante ese año retrasó los avances, lo que permitió a Mauricio reorganizar su ejército y plantear una estrategia defensiva apoyada en las fronteras que delimitaban los grandes ríos.
El siglo XVII comenzó con una nueva ofensiva hispánica, esta vez sobre Ostende, sitio que se alargaría hasta 1604. Mientras tanto, los rebeldes volvieron a tomar Rheinberg (que pasó a ser conocida como "la puta de Flandes"), conquistaron la Esclusa, hecho que volvió a dejar la situación en tablas e inflingieron una dura derrota a los Tercios en la Batalla de Nieuwpoort (1600). Allí, el archiduque Alberto tomó la decisión fatal de lanzarse contra el ejército de Mauricio de Orange pese al cansancio de sus tropas y una posición desventajosa que obligaba a los soldados españoles a trepar por las dunas de la playa.
De Pieter Snayers - Stedelijk Museum Het Prinsenhof, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=3208181
Como hemos visto, la situación durante estos 10 años fue muy inestable y sin un vencedor claro. Los avances de un bando eran contrarrestados al año siguiente por el otro, provocando un fuerte desgaste en ambos ejércitos. Sin embargo, España comenzaba a dar muestras de cansancio: los problemas económicos, los motines, la reapertura de la guerra con Francia y la falta de un líder como lo había sido Farnesio imposibilitaron mayores avances contra los rebeldes.
La llegada de Spínola
En 1604 se produjo la llegada del genovés Ambrosio de Spínola a Flandes, quien con el tiempo se convertiría en una de las figuras claves de la historia militar española. Spínola era descendiente de una poderosa dinastía genovesa. Durante su juventud, recibió una intensa formación militar, complementada con la lectura de los tratados militares de la época. Tras renunciar a participar de las luchas políticas de la república, el marqués comenzó a realizar los preparativos para reunir el dinero suficiente que le permitiese dar rienda suelta a sus verdaderas aspiraciones: la vida castrense.
En 1603 partió hacia Flandes, por lo que su primera actuación tuvo lugar durante el asedio de Ostende, ciudad que resistía desde 1601. Allí reorganizó a las extenuadas tropas y junto con los ingenieros que había traído de Italia, reimpulsó el ataque sobre las diferentes zonas que aún resistían. Finalmente, la ciudad se rindió el 20 de septiembre de 1604, éxito que, sin embargo, se vio contrarrestado por la toma de La Esclusa por parte del ejército rebelde.
La campaña de 1605
Al año siguiente fue nombrado maestre de campo general del Ejército de Flandes, gracias al apoyo del Archiduque Alberto y, sobre todo, a su gran capacidad económica, algo que le permitiría sostener al ejército en caso de una nueva quiebra de la Monarquía. Su ascenso coincidió con un cambio de estrategia; apaciguado el frente de Francia, el objetivo marcado para ese año fue llevar la guerra a los territorios rebeldes en Frisia. De este modo se aliviaría la presión sobre las regiones leales, las cuales tenían que soportar la manutención del ejército a la vez que se obligaría a los rebeldes a luchar en sus propios dominios. Además, se aspiraba a conseguir una posición ventajosa de cara a negociar una paz que estaba agotando a ambos contendientes.
Para ello se reunió un contingente de 20.000 infantes a los que se sumaron 2.500 efectivos de caballería a las órdenes de Spínola y otro de 10.000 al mando de Bucquoy, quien debería tratar de interrumpir las comunicaciones de La Esclusa. La campaña se inició el 5 de mayo y para cuando concluyó, Spínola había logrado los objetivos marcados: se tomaron las plazas de Lingen y Oldenzaal y el avance rebelde fue detenido. Esto permitió que parte de las tropas hispánicas se acuartelasen en la zona de Frisia, consumiendo los recursos rebeldes.
Ese mismo año tuvo lugar la batalla de Mülheim, el 9 de octubre de 1605. La iniciativa correspondió a Mauricio de Nassau, que trató de sorprender al ejército español aprovechando que se hallaba dividido en la región. Sin embargo, la tenaz resistencia de la caballería española, que puso en fuga a la holandesa y la inminente llegada de Spínola, obligaron a los holandeses a retirarse. Un hecho curioso de esta batalla fue la decisión del marqués de adelantar a su cuerpo de tambores para hacer sentir su cercanía, algo que provocó las dudas de Mauricio y su decisión final de abandonar el campo de batalla.
La campaña de 1606
Los objetivos españoles para la campaña de 1606 fueron los mismos que para la anterior: conservar las posiciones obtenidas en territorio rebelde y lograr una gran victoria que forzase a las Provincias Unidas a negociar la paz. Por su parte, Mauricio de Nassau planteó una estrategia defensiva orientada a desgastar a las tropas españolas en asedios y acciones que no les reportasen ningún fruto.
Para ello, se planteó una operación doble sobre los ríos que actuaban de frontera de los protestantes. Spínola partió en julio hacia el norte con la intención de cruzar el río Ijseel por Berkumerbrug. Por su parte, Bucquoy debería atravesar el río Waal tras hacerse con Nimega para establecer una cabeza de puente.
Los avances de Spínola fueron inicialmente muy rápidos. Tras capturar Lochem se dirigió hacia el río Ijseel, su verdadero objetivo. Sin embargo, las lluvias y la resistencia holandesa en la región escogida para el cruce le obligaron a considerar renunciar a esa misión y contentarse con la toma de la ciudad de Groenlo, que por otra parte, le permitiría consolidar las posiciones españolas. Por su parte, Bucquoy no correría mejor suerte, pues fracasó en su intento de tomar Nimega.
A continuación, los ejércitos de Spínola y Bucquoy marcharon hacia la ciudad de Rheinberg para tratar de recuperarla de manos holandesas. La plaza era un importante baluarte en la parte oriental de las Provincias Unidas y Spínola veía en ella otra oportunidad de reforzar el control que había logrado durante las dos campañas. Tras casi dos meses de asedio, la ciudad terminó por rendirse el 1 de octubre.
Fue en este momento cuando todos los éxitos logrados estuvieron a punto de irse al traste. El sistema financiero genovés entró en crisis, lo que provocó que Spínola no pudiera afrontar los pagos al ejército. Los motines estallaron en distintos puntos y Mauricio de Nassau aprovechó la ocasión para liberar Lochem y asediar Groenlo. La ciudad resistió el envite de los 18.000 soldados con apenas 1.000 hombres hasta que Spínola, en una rápida acción, obligó a Mauricio a retirarse.
La Tregua de los Doce Años
Para 1607 la guerra se había extendido por casi 40 años y ambos bandos estaban al borde del colapso. Si bien se era consciente de que una paz duradera era imposible, se buscó la forma de dejar de lado las cuestiones más problemáticas como la religión para tratar de llegar a un acuerdo que detuviera el baño de sangre.
Tras unas arduas negociaciones en Amberes, el 9 de abril se firmó la Tregua de los Doce Años. El acuerdo estableció los siguientes puntos:
El cese en las hostilidades durante un plazo de doce años.
El levantamiento del embargo que prohibía a las Provincias Unidas el comercio con Europa.
Y el permiso a las Provincias Unidas para comerciar libremente en las Indias.
Pese a los éxitos alcanzados por Spínola en el año anterior, España no logró firmar una tregua que resultase ventajosa. De hecho, la propia negociación del tratado reconocía per se la independencia de las Provincias Unidas en el norte de los Países Bajos.